miércoles, 2 de marzo de 2011

1. GENERACIONES Y CAMINOS DE LA FE


En la primera parte del Encuentro, al recuperar las etapas de nuestra fe de manera personal y por generaciones, entre lo más sobresaliente de nuestros procesos encontramos:

Vínculos y fe vivida comunitariamente (más de 50 años)

Compartimos un contexto significativo en el que unimos la lucha social con la democracia, la identidad latinoamericana, el feminismo y una profunda innovación eclesial. Tuvimos la posibilidad de integrar y crear puentes entre lo social y lo político, entre nuestra fe y nuestras vidas, entre la fe y la política, entre ser mexicanas y latinoamericanas, entre ser feministas y pertenecer a alguna confesión religiosa, entre lo público y lo privado.

Nuestras experiencias estuvieron llenas de rupturas que por momentos nos llenaron de soledad y vacío, de repliegue y aislamiento. Pero conservamos  la fidelidad al proceso humano; resguardamos nuestra dignidad, nuestros derechos y nuestras convicciones, y las fisuras no significaron romper con la mejor tradición de nuestras iglesias ni con la institucionalidad.

Nos identificamos con procesos e iglesias que empezaban a ser proféticas, a estar vivas; que canalizaron nuestras luchas, y nos ayudaron a ser respetuosas de las diferencias en ambientes de intolerancia.

El centro de nuestras experiencias fue una fe vivida comunitariamente: comunidad de fe, de referencia vital, de pares, con autoridad circular, del compartir las tragedias y las esperanzas. Pareciera que ésta es la carencia con la que nos encontramos hoy.

Constatamos que el néctar de nuestra fe proviene de nuestras abuelas, abuelos, padres y madres; en sus vidas encontramos el secreto de nuestras semillas. Nos encontramos continuando, regresando o reacomodándonos; estamos haciendo lo que en otras épocas nuestras abuelas o madres no podían hacer, porque a nuestra edad lo que para ellas era fin para nosotras es comienzo.
      
Tiempos de crisis, de fe y de búsquedas (41 a 50 años de edad)

Nuestra fe se reafirmó en momentos de crisis, en tiempos de prueba; la experimentamos como refugio, cobijo, guía y comprensión de la vida. Por nuestros estudios, formales e informales, fuimos consolidando reflexiones de fe, y en varios casos, nuestras búsquedas nos llevaron a salir o a ser expulsadas de nuestras iglesias.

Aunque los espacios eclesiales no siempre recogieron nuestras inquietudes de realizar acciones sociales, éstas fueron un impulso para crear nuevos proyectos en algunas de nuestras iglesias. Coincidimos en la necesidad de unir la fe y la vida, y de hacer del encuentro con Jesús algo cotidiano y una meta para construir su Reino.

Tenemos una diversidad de orígenes e historias en las que nuestros problemas nos hicieron crecer y encontrarnos con Dios.

Nuevas identidades y otras maneras de entender a Dios  (menores de 40 años)

Aunque la teología de la liberación es un referente obligado, un horizonte,  tenemos un claro impulso por crear nuevas formas de entender a Dios. Vivimos resistencias y dolores ante la actual aridez eclesial que se confronta con la época dorada de teología de la liberación.

Somos una generación que se autorreconoce, que es fuerte, que trata de obtener en el momento lo que desea y que está convencida de la necesidad de caminar juntas desde la fe y la acción. Vivimos desde una lógica de movimiento; no sabemos con claridad hacia dónde llegar, pero sí dónde están nuestras motivaciones para construir. Tenemos la necesidad de apropiarnos de los espacios y de los liderazgos de nuestras iglesias.

Estamos construyendo nuevas identidades. Ya no nos ubicamos en roles tradicionales como el ser madres o esposas; éstos no son los referentes que nos definen. Tenemos anclajes positivos y negativos de las historias de nuestras abuelas y madres, y estamos esforzándonos por enfrentar las distintas formas de violencia y por decidir qué hacer con nuestras vidas.

Articulaciones y conexiones

En el plenario consideramos que a través de las reflexiones conocimos distintos contextos y temas debatidos en cada época; comprendimos algunas luchas, sentidos, recursos y carencias generacionales, e iniciamos un valioso diálogo intergeneracional. Afirmamos:

Las jóvenes están creando nuevos discursos desde sus contextos personales y sociales; trazan estrategias para responder a los vertiginosos cambios que enfrentan, y pareciera que no tienen un problema de sentido, como se afirma en el ámbito público. Las de mediana edad han adquirido mayor formación teológica, están en búsqueda constante e impulsan experiencias locales significativas. Las mayores vivieron momentos de gran efervescencia social en los que se construyeron diversas opciones políticas, eclesiales y teológicas; sus utopías fueron claras, pero no correspondieron con modelos sociales, políticos, económicos y eclesiales que la respaldaran, y tienen como desafío primordial retomar experiencias de fe vividas comunitariamente.

Las diferentes generaciones unimos fe, vida, sentido comunitario, compromiso social y acción. Ante las experiencias de vacío, violencia y dolor, la fe nos dio fortaleza, consuelo, refugio, vitalidad, misericordia y sentimientos. Nuestras vivencias nos permitieron crear nuevas formas de entender a Dios; conmovernos, identificarnos, hermanarnos y establecer vínculos de confianza y autenticidad. Al compartir por generaciones entretejimos redes, creamos referentes comunitarios, encontramos nuestra voz en otras mujeres y nos escuchamos a nosotras mismas.

Las generaciones estamos en movimiento, en tránsito, en camino, en cambio, en búsqueda; hemos conformado identidades complejas que no se limitan a ser hijas, madres, esposas o abuelas, y a pesar de los contextos de violencia, continuamos teniendo experiencias de esperanza y trascendencia que nos siguen vitalizando y acercando de manera particular a nuestras cotidianeidades y compromisos sociales.

También constatamos que considerar que existen distintos significados en lo que cada generación entiende como fe y compromiso social, y que algunas iglesias tienen preocupaciones que no son precisamente el compromiso social ni teologías más progresistas.

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